En Aikido, hacemos Misogui antes de iniciar
nuestra práctica. El Misogui nos ayuda a estar listos para que nuestro Ki pueda
manifestarse adecuadamente. Nos purifica y nos revitaliza. Nos hace conscientes
de nuestras habilidades, para poder utilizarlas, y de nuestras limitaciones,
para poder superarlas. Nos ayuda a conectarnos con la energía del Universo y a
darnos cuenta de cuál es nuestra misión y nuestro papel en este mundo. Nos
solidariza con nuestros compañeros de práctica. Nos prepara para la acción.
Es justamente mediante el Misogui que
podremos revertir las malas tendencias en actitudes positivas que nos ayuden a
transformar nuestro entorno. Hagamos Misogui mundo, intentando mantener limpio
y puro todo lo que nos rodea, tanto material como espiritualmente; realizando
nuestras actividades con plena conciencia de su propósito verdadero y
dirigiendo nuestra energía hacia fines positivos; estando conscientes de todo
lo que acontece a nuestro alrededor aunque ocurra en lugares remotos;
formándonos opiniones e ideas sobre dichos acontecimientos; y compartiendo los
principios y enseñanzas del Misogui, y del Aikido en general, con las personas
que nos rodean, aunque no las conozcamos.
En la medida en que demos Misogui a nuestro
entorno y a todas y cada una de nuestras actividades, fortaleceremos nuestro
espíritu de solidaridad y sacaremos mejor provecho de nuestros esfuerzos por
resolver o mejorar situaciones; incluso contagiaremos, poco a poco y en la
medida de lo posible, a aquellos que están encargados de negociar y concertar a
nivel mundial. De esa forma lograremos incidir verdaderamente en el
restablecimiento del equilibrio y la armonía de nuestro mundo. Después de todo,
el fin último del Misogui es, como ha explicado un practicante de aikido, transformar al
ser humano de homo sapiens en homo excellens.
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